Sant Jordi mata el drac

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La leyenda de Sant Jordi, patrón de Catalunya

La leyenda de Sant Jordi recogida por el folklorista catalán Joan Amades a su obra "Costumisme catalán"

Si hablamos de la leyenda catalana por execel·lència, sin lugar a dudas hacemos referencia a la leyenda de Sant Jordi, una de las más conocidas y relevantes del folclore catalán. Y es que al suyo cercando existe toda una bonita fiesta para celebrar esta fiesta, la de Sant Jordi, el 23 de abril a Catalunya.

Hoy recuperamos la leyenda de este valiente caballero, la leyenda de Sant Jordi recogida por el folklorista catalán Joan Amades a su obra Costumisme catalán.

"Sant Jordi, caballero y mártir, es el héroe de una gran gesta cavalleresca, que la voz popular universal sitúa en las tierras alejadas y legendarias de la Capadòcia, pero que la tradición catalana cruz acontecida en los alrededores de la villa de Montblanc .

Dicen que asolaba los alrededores de Montblanc un monstruo feroz y terrible, que poseía las facultades de andar, volar y nadar, y tenía el aliento pudent, hasta el punto que desde muy lejos, con sus alentadas envenenaba el aire, y producía la muerte de todos quienes lo respiraban. Era el estrago de los remados y de las gentes y por toda aquella comarca reinaba el terror más profundo.

Las gentes pensaron darle cada día una persona que le serviría de presa, y así no haría estrago a diestro y siniestro. Ensayaron el sistema y dio buen resultado; el caso difícil fue encontrar quién se sintiera bastante aburrido para dejarse comer voluntariamente por el monstruo feroz. Todo el vecindario concluyó hacer cada día un sorteo entre todos los vecinos de la villa, y aquel que destinara la suerte sería librado a la fiera. Y así se hizo durante mucho tiempo, y el monstruo se debería de sentir satisfecho, puesto que dejó de hacer los estragos y malvestats que había hecho antes.

Y he aquí que un día la suerte quiso que fuera la hija del rey la destinada a ser pan del monstruo. La princesa era joven, gentil y gallarda cómo ninguna otra, y hacía mucho duele tenerla que dar a la fiera. Ciudadanos hubo que se ofrecieron a sustituirla, pero el rey fue severo e inexorable, y con el coro lleno de luto dijo que tanto era su hija cómo la de cualquier de sus súbditos y se avino a que fuera sacrificada. La doncella salió de la ciudad y ella soleta se encaminó hacia el cubil de la fiera, mientras todo el vecindario, desconsolado y alicaigut, miraba desde la muralla cómo se iba al sacrificio.

Pero fue el caso que, cuando va ser un chico allá de la muralla, se le presentó un joven caballero, cabalgado en un caballo blanco, y con una armadura toda dorada y reluciente. La doncella, espeluznada, le dijo que huyera deprisa, por cuanto por allí rondaba una fiera que así que lo viera haría xixina. El caballero le dijo que no temiera, que no le tenía que pasar nada, ni a él ni a ella, comoquiera que él había venido expresamente para combatir el monstruo, para matarlo y liberar del sacrificio la princesa, cómo también a la ciudad de Montblanc del azote que le representaba la vecindad de aquel monstruo.

Y entre estas, la fiera se presentó, con gran horror de la doncella y con gran gozo del caballero, que la acometió y de una lanzada la malhirió. El caballero, que era santo Jordi, ligó la bestia por el cuello y la dio a la doncella porque ella misma la llevara a la ciudad, y el monstruo siguió todo manso y estemordit a la princesa. Todo el pueblo de Montblanc, que había presenciado la pelea desde las murallas, ya esperaba con el brazos abiertos la doncella y el caballero, y en medio de la plaza desbravó su odio contra la fiera, de la cual pronto no restó pedazo.

El rey quería casar su hija con el forcívol caballero, pero sant Jordi replicó que no la merecía; dijo que había tenido una revelación divina sobre la necesidad urgente de ir a combatir el dragón feroz y liberar la doncella, y con ella la ciudad de Montblanc, y así lo había hecho con la protección divina y por mandamiento divino; por lo tanto, él no había hecho nada por él mismo y no merecía ningún premio. Recomendó al rey y a sus vasallos que fueran buenos cristianos y que honraran y veneraran Dios tal merecía, y desapareció misteriosamente cómo había aparecido."