Si a la Edad Media Sant Jordi ya era un héroe muy popular, la figura del santo de la Capadòcia aconteció un icono reproducido en Cataluña, junto con las quatres barras, en varios objetos y en arquitectura durante la Renaixença , al siglo XIX, movimiento propio y distintivo de casa nuestra y, especialmente, de Barcelona.
En un contexto de una España liberal reinada por Isabel II que sofocaba los carlins que se sublevaban desde las áreas rurales, en las ciudades llegaban los primeros movimientos migratorios fruto de la industrialización, con la subsiguiente construcción del estado burgués. Con todo este bullici, los movimientos culturales tendían a buscar las visiones historicistas de la comarca de forma que se exaltaban las raíces y se buscaban los símbolos identitarios.
Culturalmente, de Europa llegará el Romanticismo, que se difundirá y engendrará el movimiento de la Renaixença en Cataluña, el cual significará el reencuentro del país con sus raíces históricas: su lengua, su arte y su literatura medievales, sus instituciones y sus tradiciones.

La identificación entre lengua y patria y el "espíritu histórico" que exuda el Romanticismo contribuirán a idealizar el pasado medieval y a mitificar conceptos de la identidad nacional: en este contexto son objeto de estudio extensivo el patrimonio histórico, el arqueológico, el literario, el folclórico en general y el cançonístic y el rondallístic en particular y, sobre todo, la lengua catalana. Hay que recordar que las políticas españolas centralistas quisieron unificar la lengua del país y relegaron las lenguas nacionales a los ámbitos privados, como es el caso de nuestra lengua, el catalán.
Es en este contexto que la Virgen María de Montserrat (proclamada patrona de Cataluña el 1881 y ovacionada con el Virolai compuesto expresamente por Verdaguer) y Sant Jordi (patrón de Cataluña desde el 1456) acontecerán los dos símbolos de la religiosidad catalana.